Por qué vivo.
Tres pasiones simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida:
El ansia de amor, la búsqueda de conocimiento y una insoportable piedad por el
sufrimiento de los animales en su calidad de abandono.
Estas tres pasiones, como vendavales desbocados, han surcado mi alma de un
extremo al otro, navegando por el mar tumultuoso de la existencia, sobre olas
de angustia que me han llevado al filo mismo de la desesperación.
En primer lugar, no busco el amor, pero lo deseo; quiero que ella me encuentre
a mí y tener el deleite de saborear la feliz serendipia. Porque ella conduce al
éxtasis, un éxtasis tan grande que a menudo me lleva al deseo de sacrificar el
resto de mi existencia, por unas cuantas horas de este gozo.
No busco el amor, en segundo lugar, para aliviar la pesada carga de mi
soledad, ¡No! O para mitigar esa terrible sensación que embarga mi alma en mis
horas de enajenación. Esa soledad, donde una conciencia temblorosa se asoma al
borde mismo del mundo, contemplando el frío abismo sin vida que se extiende
ante ella.
He buscado el amor, finalmente, porque en su abrazo he vislumbrado una
miniatura mística del paraíso, la visión anticipada del cielo que han anhelado
santos y poetas en sus versos más sublimes. Este es el tesoro que persigo
incansablemente, y aunque pueda parecer una utopía demasiado hermosa para esta
vida terrenal, aún no he encontrado en ninguna parte una compañía que me
inspire a abandonar el encierro de mi soledad.
Con una pasión igualmente ferviente, persigo el conocimiento, anhelando
penetrar en los misterios del alma humana. Me esfuerzo por desentrañar el
enigma de las estrellas y he buscado comprender el poder pitagórico que
gobierna el flujo del universo, donde los números danzan en armonía con los
secretos del cosmos.
Algo de esto he alcanzado, aunque debo admitir que mi comprensión es
limitada, pues sigo recordando con humildad la máxima socrática: "Solo sé
que no sé nada". El amor y el conocimiento, en la medida en que puedo
abrazarlos, me elevan hacia las alturas celestiales.
Pero siempre la compasión me ancla de nuevo a la tierra. En las fibras de
mi ser resuena el eco desgarrador de los lamentos de perros y gatos
abandonados, cuyas súplicas se elevan hacia un cielo que los contempla con
indiferencia burlona. Sin palabras audibles, sus ojos expresan el dolor que les
inflige el vacío de un estómago hambriento.
Víctimas torturadas por opresores despiadados, seres desvalidos cargando el
peso odioso de una sociedad inmisericorde y un mundo teñido de soledad,
pobreza, dolor e indiferencia, convierten en una cruel burla la existencia de
aquellos que son nuestros compañeros en este fugaz viaje por la vida.
Anhelo con fervor aliviar su sufrimiento, pero me veo impotente y, por
ello, mi corazón se sume en la más dolorosa aflicción. Esta es mi vida, una
melodía lacrimosa entrelazada con tres pasiones que me definen; y, aun así, la encuentro
digna de ser vivida, y con gratitud, la recorrería mil veces si la oportunidad
me fuera concedida.
El intelectual Diletante.
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