Melancolía I

Bajo el cobijo del cielo vespertino, mis pasos danzan al compás de las melodías que resuenan en mis oídos. Con los audífonos como fieles compañeros, elevo el volumen hasta su límite, dejando que la música se convierta en la banda sonora de mi caminar. Cada acorde es un susurro de libertad, cada ritmo es un latido que aviva mi espíritu. En esta danza entre el asfalto y el cielo, encuentro la dicha suprema, la inspiración que brota del encuentro entre el arte y el alma.

Mis pasos, como versos en el poema de la vida, me guían por callejuelas que se despliegan como hilos de un sueño infinito. Llego, al fin, a la plaza de la ciudad, donde el murmullo de la gente se disuelve en la música del silencio. Busco mi refugio, un santuario de soledad y serenidad, bajo la protección de un árbol frondoso que me brinde su sombra. Este espacio, mi refugio querido, a veces se ve ocupado por otros buscadores de paz, entonces debo buscarme uno nuevo, más solitario aún.

Acomodado con deleite, me sumerjo en el abrazo acogedor de la naturaleza, entregándome al placer de la contemplación. Mis ojos se elevan hacia el azul infinito del firmamento, donde los últimos destellos del sol de mayo pintan el lienzo del cielo con tonos dorados y carmesíes. El sol, soberano en su esplendor, acaricia con delicadeza cada hoja y cada rama, transformando el paisaje del parque en un cuadro de belleza inmaculada y bienhechora.

En esta tarde serena, el telar del tiempo teje con delicadeza los hilos de los recuerdos, trayendo a la memoria un recuerdo querido, empañado por la nostalgia. Desde este rincón de paz, donde las umbelas y las flores danzan al compás del viento, el eco de un amor pasado se cierne sobre mí, como una suave brisa que acaricia mi alma. Cada pétalo, cada hoja, parece susurrar su nombre, avivando la llama de un recuerdo que, aunque dulce, se tiñe con el matiz amargo de la melancolía.

En lo alto, en la copa de los árboles, los pajarillos trinan su melodía celestial. Su canto, delicado y festivo, se desliza en el aire como notas escritas en el pentagrama del cielo. En esta tarde tibia, bañada por los rayos dorados del sol, su música resuena como un sueño de amor primaveral, llenando el corazón de cada oyente con una dulce embriaguez.

Ese recuerdo, como un nudo en el tejido de mi memoria, despierta la imagen de una mujer amada. Su voz, suave y melodiosa, susurra palabras de un amor puro y cristalino que ya no encuentra eco en el presente. De repente, su voz se desvanece en el silencio, dejándome perdido en un mar de emociones existenciales. Y en el silencio que sigue, la mirada de sus ojos expresivos se convierte en faros de luz, iluminando mi sendero en la oscuridad, pero también avivando en mi corazón la llama de la incertidumbre y la melancolía.

¡Oh, mi amada! Si como pienso, ¿Acaso en este instante, en el rincón de tu corazón, yaces suavemente, envuelta en una indiferencia oculta hacia mí? ¿O quizás tu espíritu se erige con firmeza, enarbolando el estandarte de la dureza, pensando en mi recuerdo? ¿Aún retumban mis susurros en tu mente, aunque sea teñidos de desdén? ¿Te acordarás aún de mí? Y como si el universo respondiera a mis interrogantes, una mariposa multicolor, invisible hasta este momento, revolotea con insistencia a mi alrededor.

¡Oh, amada mía, estrella inalcanzable en mi firmamento! Has separado mi alma de mi cuerpo en innumerables ocasiones; sin embargo, mi corazón, fiel guardián de mis más profundos anhelos, te ha amado y te ama con una ternura pura e inmaculada, prístina en su esencia a pesar del vasto abismo que nos separa.

Amada mía, tú que en las alas del sueño me llevaste por senderos de amor y redención, a ti dirijo esta prosa y todas las letras que mi pluma ha impreso en el papel, cada una impregnada con el aroma de tu recuerdo. Esta prosa, como un susurro del viento, busca acariciar tus oídos con suavidad, filtrándose en tu alma como un suspiro de amor eterno.

A ti, radiante en tu esencia, va mi homenaje, cuyo brillo desvanece las sombras que yacen en mi existencia, errante y solitaria en la penumbra de la desolación. Sin amor ni esperanza, mi alma se adentra en un sendero desconocido, envuelto en la tristeza de la aflicción.

Amada mía, en tus manos de mármol reposa mi corazón, y con él, la limpidez de mis pensamientos que, caminando entre zarzas de flor en su ascensión, se hacen más buenas, más limpias cada día.

Sé que, con la caída de la tarde y el surgimiento de la noche, cuando la gracia que engalana el día se retira a descansar, siento que mi espíritu despierta aún más. Aunque lento y reflexivo, anhelo con fervor el ideal platónico de tu amor.

Sé que el día en que me encuentre cara a cara con la muerte no tardará en llegar. En ese instante, no podré contemplar mi cuerpo yerto e inánime, y tú tampoco lo harás. Sin embargo, desde la sombra protectora de este frondoso árbol, donde ahora plasmo estas líneas, mis palabras resonarán en tus oídos algún día. Y al escucharlas, no solo encontrarás mis versos escritos en papel, sino que también se grabarán en el aire, revelándote que mi amor siempre fue exclusivamente para ti. Al leerme, descubrirás que, sobre el suelo del amor, donde reposa mi cuerpo, ha brotado una umbela de lirios, nacida de los fragmentos de mi corazón descompuesto.



A mi Amada Marsha.

El Intelectual Diletante.

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