El Romance de las Rarezas: esperando un amor que no espero.

 

Marsha:

En la quietud de mi corazón, el romance no ha hallado morada. Cada idilio amoroso se ha deslizado por mis sentimientos como un suspiro, apenas rozando la superficie de mi ser. No he buscado el amor, ni he tendido redes para atraparlo, pues sabía que él, como un visitante tímido, encontraría su camino hacia mí cuando el tiempo y las estrellas lo dispusieran.

En la penumbra de mis pensamientos, he imaginado a esa singularidad que anhelo. No es un amor convencional, sino una especie rara, tejida con hilos de rareza y exigencias poco comunes. ¿Qué busco en ella? Tal vez la complicidad de las almas afines, la profundidad de las conversaciones que trascienden lo cotidiano, la pasión que arde como una llama secreta en la noche.

No sé si ella también busca, si se oculta detrás de las constelaciones o si camina entre los sueños de otros. Pero confío en que, cuando llegue el momento, nuestros corazones se reconocerán. No será un amor de multitudes, sino un amor de dos, un pacto silencioso entre rarezas.

Así como Prometeo desafió a los dioses y robó el fuego del conocimiento para los mortales, yo también desafío las convenciones y espero a esa especie rara que comparta mi soledad y mi búsqueda. Porque, como bien dice Aristóteles, “la esperanza es el sueño de los hombres despiertos,” y en algún rincón del universo, ella también espera.

En ningún momento de mi vida he querido transitar por el sendero del romance; todo idilio amoroso ha sido reticente e indiferente en mi corazón. No he buscado el amor porque sabía, en lo más profundo de mi ser, que ella misma, llegado el momento y en sincronía con el tiempo, se descubriría ante los ojos de mi corazón. No buscado el amor pero, deseo un amor singular, una especie rara como yo, que cumpla con cualidades y exigencias también raras, de mi selectiva personalidad.

Más de tres lustros de mi vida los he consagrado al celibato y a la castidad, y me la he pasado en la apacible compañía de la soledad, entregado a la introspección y al análisis de mi estado solitario, en busca de la perfección de mi selecta exigencia.

Cuando por fin te conocí, mi corazón exultó de alegría. El placer que sentí de encontrarte sin buscarte fue tan extremo que mi extasiado corazón, en su estado de infinita felicidad, acarició el extremo mismo del paroxismo. Tanto tiempo te había imaginado que cuando te vi por primera vez, eras todo cuanto había soñado. Todas esas cualidades, (y no voy a hablar de tu belleza, para ello me reservaré mis mejores palabras). Pero todas esas cualidades por las cuales eras sumamente atractiva para mí, difícilmente las hallaré en otra mujer.

He hallado en ti a una mujer cuyo espíritu moral y ético ha sido formado al calor de una buena educación. He hallado en ti a una mujer que gusta de maquillarse con el polvo mágico del conocimiento. He hallado en ti a una mujer con delectación por la buena música, por la poesía y por cada oración y frase de un libro leído. He hallado en ti a una mujer que articula en cada expresión las más bellas palabras. Todas estas cualidades tuyas han ejercido en mí una atracción por demás seductora.

Eres realmente atractiva, físicamente atrayente; tus características faciales suscriben al número áureo, esa constante matemática que define la perfección estética según figuras históricas como el matemático Luca Pacioli y artistas del renacimiento como Leonardo Da Vinci. Tú, como esa constante, eres perfecta.

Tu negro cabello largo, una cascada nocturna que enmarcas con elegancia, y los pliegues de tu frente cuando frunces el ceño al pensar, te confieren una belleza serena. Tus bellos ojos, faros de luz en la noche, destellan con la sabiduría de las estrellas. Los anteojos que enmarcan tu mirada te dan un aire intelectual, irresistible para mí.

Los juguetones hoyuelos que se forman en tus mejillas al sonreír, ese doblez armonioso que comienza en tu pómulo y baja en una diagonal ligera alineando tu ojo a tu boca, son estéticamente perfectos. Tu nariz perfilada añade elegancia a tu hermoso rostro. Tus labios, finamente curvados, evocan la dulzura de las mieles griegas, mientras que tu mentón moldeado te confiere una apariencia distintiva y fuerte. 

Eres delgada, pero no al punto de una relación conflictiva con los alimentos; tus curvas son sexis, pero no vulgares, todo está en buena proporción. Tus brazos denotan acondicionamiento físico y atletismo, y tus tobillos sugieren que mantendrás tu cuerpo bien hasta una edad avanzada.

Al caminar, el cimbreo de tus caderas y la regularidad de tus pasos evocan la imagen de una diosa con líneas geométricas perfectamente proporcionadas que resaltan tu esplendor. Tu ternura, el atractivo de tu personalidad, y toda esa esencia que embellece tu ser, despiertan asombro y admiración. Eres la manifestación de los sueños, la encarnación de la belleza, una mujer que trasciende la imaginación y se convierte en realidad.

En resumen, eres bella, graciosa y elegante, y no te vistes de una forma excesivamente sensual; pareces entender que vestirse sexy es lo opuesto a ser sexy, que cierta información debe ser ganada y no regalada a todos. Has decidido preservar el misterio incluso en estos tiempos de libertad, y por eso, aplaudo tu decisión y tu ética. 

Tanto tiempo te había imaginado así que sentí la necesidad de decírtelo. Hay tantas cosas que nos libran de las tentaciones y una de ellas es la cobardía, pero tanto tiempo te había esperado que ya no era el tiempo de ser cobarde. Sin embargo, yo no te busqué, nunca lo hice y, aun así, por azar del destino, te encontré. Fuiste y eres una feliz serendipia. 


Jacques Nerval.

El Intelectual Diletante.

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